Símbolo de la “feminidad libre de ataduras”, según las elocuentes palabras de la activista estadounidense por los derechos de las mujeres Susan B. Anthony, la bicicleta permitió que las mujeres circularan libremente por primera vez, cuestionó los estereotipos impuestos respecto de la fuerza física de las mujeres y transformó los códigos de vestimenta.
Coincidiendo con la primera ola del feminismo, a mediados de los años ochenta del siglo XIX, un ingeniero inglés inventó la bicicleta moderna, tal como la conocemos hoy, como alternativa al impráctico biciclo de la época, que consistía en una rueda delantera grande y en una rueda trasera mucho más pequeña.
Si bien la bicicleta no fue pensada para las mujeres, irónicamente, les brindó autonomía: en la época, gracias a las bicicletas, las mujeres pudieron circular libremente sin tener que depender de acompañantes, carruajes o caballos en algunas regiones del mundo. Por supuesto, esta libertad conferida encontró una reacción: se advirtió que las mujeres que montaban en bicicletas eran “inmorales”, y los médicos llegaron a decir que podrían sufrir un terrible mal denominado “cara de bicicleta”, por el que la apariencia y la piel de las mujeres corrían un riesgo especial.
A medida que los mitos y la popularidad de la bicicleta aumentaban, las mujeres no cedieron. Tanto las mujeres victorianas como las reformistas exigieron vestimentas más sensatas y ropa interior más holgada para poder montar las bicicletas. En otras regiones, también se cuestionaban las ideas predominantes de la feminidad: Annie Londonderry, una inmigrante letona en los Estados Unidos, se convertía en la primera mujer en recorrer el mundo en bicicleta entre 1894 y 1895. Más de un siglo después, la carrera por la igualdad no ha alcanzado la meta.
Fotos: cyclehistory.wordpress.com y sheilahanlon.com
Fuente: ONU Mujeres