Desde las gorras de color rosa hasta los trajes pantalón, la ropa de las mujeres tiene el poder de cambiar estereotipos, transformar las nociones de identidad de género y ser símbolo de resistencia y fortaleza. Y, bueno, a veces simplemente es una cuestión práctica. Porque tampoco vas a ir en bicicleta con un vestido victoriano que pesa dos kilos. Es mejor llevar pantalones, ¿verdad?
Pues bien, quienes insisten en recordar cuál debe ser el lugar de las mujeres piensan de otro modo. De hecho, la evolución de los pantalones refleja de manera fascinante cómo la moda, el feminismo y el sexismo están estrechamente relacionados. Pensemos, por ejemplo, en la emblemática heroína de guerra francesa Juana de Arco, conocida por vestirse como un hombre con armadura, guerrera y calzas. Cuando en 1431 los ingleses la quemaron en la hoguera por herejía, ¿cuál fue uno de los mayores cargos contra ella? Llevar ropa de hombre.
Varios siglos después, las mujeres se enfrentaron a la oposición por llevar pantalones holgados en el siglo XIX y se las arrestaba por llevar esta prenda a principios del siglo XX. Como en muchos casos de la historia, la realidad dicta la moda y la moda empuja los límites: por ejemplo, la Primera y la Segunda Guerra Mundial propiciaron que las mujeres llevaran pantalones al tener que asumir trabajos tradicionalmente masculinos. A medida que el mundo laboral fue cambiando para millones de mujeres, pioneras como la diseñadora francesa Coco Chanel revolucionaron la moda sentando las bases del traje pantalón, una prenda de dos piezas que adoptaron las mujeres que se incorporaban al trabajo y que hoy es un símbolo de poder.
Además, para las millones de mujeres en situación de pobreza que trabajan hoy en día en el campo o en las fábricas, llevar ropa más suelta y tradicionalmente masculina no es tanto una declaración de moda sino una necesidad de estar activas, ganarse el sustento y poner comida en la mesa.
Fuente: ONU Mujeres